Las Alas del Miedo
Esa tarde era apacible: un poco más calurosa que los días anteriores pero no tanto como una tarde típica en la isla. El sol se estaba poniendo en el horizonte y los últimos pájaros volaban de vuelta a sus nidos. La carretera estaba casi desierta. Mariana Fernández iba guiando en silencio. En el asiento trasero del vehículo iba su hijo, Jacob. Habían salido de paseo esa tarde y había aprovechado para comprarle la última consola de videojuegos portátil por haber sacado buenas notas en la escuela. Iban de regreso a su casa cuando se encontraron con un reten. Al parecer estaban buscando dar boletos por marbetes o cualquier otra infracción que pudieran notar. Delante y en fila había unos seis autos. Tres policías atendían el reten: uno hablaba con los conductores y dos vigilaban. —Espero que se den prisa —comentó Mariana. Miró por el retrovisor y vio a su hijo jugando con la consola—. ¿No te mareas, cariño? —No, mami —respondió el sonriendo. Siempre le hacía gracia esa pregunta....