El asunto Tani - por Kelvin I. Márquez Traverzo

            —En el relato de este mes debe aparecer la frase la vidente abrió la puerta. ¡Y no tengo idea de cómo lo haré! —dije recostándome detrás de la caja registradora. El supermercado había estado bastante en calma después del viernes negro. La mayoría de las personas aún se estaban recuperando de los gastos del último fin de semana así que eso nos daba un respiro para charlar de vez en cuando.

            —¿Pero no llevas tiempo escribiendo? —preguntó Koralys, una amiga y compañera de trabajo.

            —Pues sí pero era cuando usaba el seudónimo de Ryan —respondí, encogiéndome de hombros—. Eso ya terminó.

            —¡Te rindes demasiado rápido! —exclamó mientras echaba a la basura un recibo que un cliente dejó sobre la polea.

            —Para algunas cosas sí. En cambio para otras…

            Koralys soltó una carcajada.

            —¿Con Tanairi no te has rendido?

Negué con la cabeza.

—¡Muy bien!

            —Aunque lo he pensado. Todavía no me acepta la solicitud de amistad.

            —¡Ay Tani! Le escriben muchos y a todos los ignora —dijo Koralys, todavía riéndose—. Y los problemas la buscan también. En eso ustedes se parecen.

            —Yo quiero ser problema de ella.

            Hasta ese punto llegó la conversación. Estuvimos ocupados durante buena parte de la tarde atendiendo a un sinnúmero de clientes que llegaron de repente. Recién al terminar nuestra jornada laboral pudimos intercambiar unas palabras más.

            Con la promesa de Koralys de ayudarme con el “asunto Tanairi”, me fui a mi casa. El sol apenas salió durante ese día. Unas nubes grises cubrieron el cielo y la lluvia no tardó en caer. Esos días de finales de noviembre estaban siendo muy extraños en Puerto Rico. «Debe ser por el proyecto Harp. Los gringos están alterando el clima», pensaba mientras observaba las gotas chocar contra el cristal del auto.

            Una vez en casa me senté con una taza de café en mano. Aun siendo de noche no me importaba beber café ya que no me quitaba el sueño. Incluso me ayudaba a ordenar mis ideas. Así que obedeciendo a mis instintos más básicos me sumí en las profundidades del internet. Pasé de los diez lugares más peligrosos del mundo a ver un documental de dos horas sobre el número áureo y las pirámides del antiguo Egipto. Minuto a minuto los párpados comenzaron a pesarme. Intenté con todas mis fuerzas mantenerme despierto pero fallé estrepitosamente.

            El teléfono cayó de mis manos y fue el ruido que hizo al golpear el suelo lo que me despertó. Pese a que la lluvia aún era intensa, su repiqueteo sobre las planchas de zinc de la terraza me calmaba. Tardé unos instantes en darme cuenta de que no había luz. «Un poste del tendido eléctrico debe haberse caído».

            Cuando recogí mi celular vi que tenía un mensaje nuevo. Al abrirlo no pude evitar un grito: era de Tanairi. ¡Había aceptado mi solicitud de amistad después de casi un año! Temblando de la emoción, vi otro mensaje de ella que decía: “Hola, me comenta mi amiga Koralys que estás loco por conocerme”. A sus palabras añadía dos emojis de caritas sonriendo. Iba a responder pero lo pensé mejor ya que siempre que me apresuraba, metía la pata. 

            Iba a dejar el celular sobre la mesa cuando noté algo extraño. Encendí la linterna y vi unas huellas de fango que iban en dirección a mi cuarto. Al entrar encontré una cajita manchada de tierra puesta sobre la cama. Me detuve de golpe. Reconocí la caja al instante. La respiración se me cortó y pocos segundos bastaron para que mi corazón comenzara a latir de forma tan intensa que amenazaba con reventar. Justo al lado de la caja, mi portátil estaba encendida con el programa Word de Microsoft abierto.

            “¿Crees que puedes hacer el trabajo mejor que yo cuando ni siquiera puedes vencer a la página en blanco? Y esto apenas comienza”.

            Durante unos segundos me quedé en silencio observando esas palabras. Pero poco tiempo bastó para tomar una decisión y cuando lo hice, volvía a estar calmado. Tomé la computadora y comencé a escribir mientras decía en voz alta, sin poder evitar sonreír.

            —¿Quieres guerra, Ryan? Acabaré contigo pronto… —dudé un momento y luego añadí— como que me llamo Kelvin.

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