Regreso

 

            José despertó justo a tiempo de escuchar al capitán del avión anunciar que aterrizarían pronto. Se restregó los ojos y bostezó hasta que le dolió la quijada. Al mirar por la ventana pudo ver los edificios a la lejanía y las autopistas bastante concurridas. San Vasco se había convertido en una ciudad bastante importante en apenas 10 años. Lo cual era el tiempo exacto que había planeado estar fuera.

            «Y por culpa de aquella loca tuve que regresar» pensó mientras se abrochaba el cinturón.

            El avión comenzó a bajar poco a poco hasta que al fin tocó suelo y hasta que no se detuvo, mantuvo sus manos tensas, aferrándose al asiento. Apenas dijeron que podían levantarse, respiró aliviado. Dio un trago a la botella de agua que sacó de su mochila y luego encendió su teléfono.

            Una hora después estaba saliendo del aeropuerto.

            —¿Dónde estará este infeliz?—se dijo mientras llamaba por teléfono.

            En ese momento pasó una mujer frente a él. Tenía el cabello negro como la noche, la piel morena y un cuerpazo que dejaba a todos con la boca abierta. Asimismo quedó José mirándola hasta que escuchó que le gritaban por teléfono.

            —¿Dónde estás?

            —¡Frente a ti mamao! Llevo tocando bocina hace rato. ¡Deja de estar ligando!

            Al mirar al frente vio el Yaris blanco estacionado a unos metros y a John haciéndole señas. Se dirigió hasta el a la vez que John bajaba y abría el maletero. Era un tipo gordo, bajito y llevaba puesta una boina de cuadros negra y blanca.

            —Acho John ¿tu viste eso? —dijo.

Apenas se acercó, se saludaron chocando los puños.

            —Sí, la vi.

            —La cojo nene y le doy como máquina de coser.

            —Es que no haces más que llegar y ya estás en la sequia —dijo John mientras acomodaba las maletas y cerraba el maletero.

            —Esta noche me voy a manosear si o si. Mira que en el baño del avión fue incomodo sacar a pasear el ganzo —comentó mientras subía al lado del pasajero.

            —No te creo mano. ¿En serio hiciste esa loquera?

José se rió. Abrió la ventana y escupió en la acera.

            —Y no te lo recomiendo.

            —No lo iba a hacer, pero gracias por el consejo —dijo John mientras miraba que no hubiese un carro cerca. Puso la señal y se metió en la carretera.

            La carretera estuvo bastante concurrida en plena autopista pero se fue calmando mientras más se acercaban al lado occidental de la ciudad. Aun así tardaron al menos una hora en llegar hasta el barrio Canales, en donde vivía José. Y durante ese tiempo aprovecharon para ponerse al día.

            San Vasco seguía siendo bastante tranquilo, al menos en sus límites. El centro de la ciudad era un hervidero de ratas que había crecido sin control alguno. Al menos no había un descontrol de las organizaciones criminales pero los locos abundaban en todas partes.

            —Arrestaron a un sujeto los otros días porque tiró un camión de la basura en un río —decía John mientras esperaba a que el semáforo estuviera verde—. Decían que había chocado una patrulla de policías y se dio a la fuga.

            —La gente siempre ha estado loca en esta ciudad.

            —Así es, así es —comentó John. Inició el camino y viró a la izquierda—. Por cierto, me encontré a Elisabeth esta mañana.

            —¿Sigue igual de buena?

            —Imagino que sí. Me perdonó una multa por ir esmandao —dijo John encogiéndose de hombros.

            —¿Cómo que imagino?

            —Estaba en uniforme y yo nervioso porque me detuvo. Además, sabes muy bien que tengo ojos solo para una. Que no me hará caso nunca por lo que veo. ¿Qué quieres que diga? —replicó John mientras reptaba por la carretera, que en esa zona estaba en estado deplorable.

            —Yo me la ligo sin problema. Es más, voy a ir esmandao cuando ella este patrullando a ver si me mete preso y vota la llave.

            —No tienes arreglo, mano.

            —Na que ver. Lo que pasa es que te falta calle —replicó José mientras sacaba el teléfono—. Le diré que regresé a San Vasco.

            Se quedaron en silencio unos segundos. Pasaron frente a un cementerio abandonado. Unos perros realengos rompían a mordidas unas bolsas de basura.

            —Le rompo el uniforme como esos perros rompen esa bolsa —comentó José. John no pudo evitar reírse.

            —Necesitas librarla de forma urgente. Si te llegas a morir antes te voy a poner en la tumba: José Ramírez, amigo que murió en sequia extrema.

            —Lo sabes tú.

           

            Minutos después llegaron hasta la casa de José, la cual estaba ubicada justo en una pequeña colina sin árboles, a menos de una milla del lago Bermuda. John le ayudó a bajar las maletas y se despidió.

            —Tengo que ir al trabajo ya mismo.

            —¿Cómo te va allá?

            John se encogió de hombros.

            —Es un poco aburrido. Lo mejor que me ha pasado fue cuando atrapé un caimán que se metió en la marquesina de una de las casas —dijo mientras abría la puerta del carro.

            —¿Fue difícil?

            —Tuve que acostarme encima. Y esas mierdas se mueven más que un toro mecánico —dijo John mientras cambiaba su peso de una pierna a otra.

            —A pues se mueven más que ella.

            —Sin comentarios—dijo mientras entraba al carro y se ponía el cinturón—. Hablamos después por el chat.

            José lo vio marchar cuesta abajo y en apenas unos segundos el Yaris se perdió de vista. Abrió la puerta y metió las maletas en la casa.

            —Bueno, a darme un baño y a ver a la baby. A ver si me invita a un café en su casa —comentó mientras cerraba con un portazo.

            «Y si a algo más, pues mejor»

 

 

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